En Abril de 1974 la mina cerró, y sus residentes tuvieron que abandonar Gunkanjima, dejando atrás la ciudad y sus edificios.
Con el paso de los años, la exposición directa a los tifones causó el deterioro de los edificios, dándole a la ciudad un aspecto tenebroso de un pueblo fantasma. Debido al peligro de que los edificios colapsen, la isla estuvo cerrada por muchos años al público, visible solamente desde lejos.
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